jueves, 28 de mayo de 2009

EDUCACIÓN... ¿ PARA EL SERVILISMO?

"En un lugar destacado entre las ideas predominantes de la época presente se encuentra la noción de que la instrucción es capaz de cambiar a los hombres de forma considerable y tiene por infalible consecuencia el mejorarlos y hasta el de hacerlos iguales. Por el simple hecho de ser constantemente repetida, esta afirmación ha terminado por convertirse en uno de los más firmes dogmas democráticos. Hoy sería tan difícil atacarlo como otrora lo hubiera sido el atacar los dogmas de la Iglesia."

GUSTAVE LE BON



Los regímenes nacional-socialista y comunista se habían distinguido del resto de doctrinas políticas por pretender controlar los comportamientos y los pensamientos de los individuos. Pero el régimen liberal quiere, además, poseer las almas.
Recogiendo las reivindicaciones que impulsaron los philosophes de las Luces, la triunfante burguesía impuso el derecho a la educación pública, medida que muchos han considerado como una muestra de filantrópico idealismo que por primera vez permitiría la equidad de oportunidades en favor de las clases más bajas. Pero si analizamos más sutilmente los intereses que subyacen bajo esta aparente declaración de buenas intenciones, descubriremos que los oscuros móviles que hicieron posible la implantación de tales derechos se hallan en estrecha relación con otro que también la burguesía no dudó en estimular. Me refiero, claro está, al derecho a la libertad de prensa.

En efecto: existe por parte de las clases dirigentes el inconfesable anhelo de que todos los individuos estén mas o menos alfabetizados, para que de ese modo sus conciencias puedan ser influenciables hasta quedar absorbidas por la violencia espiritual ejercida por la prensa y el resto de medios de información.

Muy difícilmente puede un periódico o un canal de televisión moldear el pensamiento de un aldeano, por cuanto a duras penas sabe éste leer y escribir. Además, la conciencia del hombre de campo se halla en clara desventaja con unos vigorosos instintos que le harán siempre retornar al ámbito de sus antepasados. Pero esto no sucede con el hombre de las grandes urbes, hombre por naturaleza desarraigado, que pronto va a ser víctima de los agitadores sociales.

Tras las primeras experiencias revolucionaras, van a formarse hacia mediados del siglo XIX los incipientes grupos de presión, que poco después tomarán las formas de sindicato organizado, y cuya finalidad no será otra que la de destruir el orden político y económico que maduró durante siglos. Así es como nacieron los principales partidos obreros que hoy se han generalizado en Europa, y todo ello con la inestimable ayuda de la prensa.

Pero, ¿de dónde surge esta masa de hombres descontentos, siempre dispuestos a la huelga, la revuelta y las barricadas? Al principio debemos encontrarla en los proletarios, procedentes en todos los casos de las capas más bajas de la sociedad, que solían aceptar el trabajo de operario a regañadientes y cuya falta de formalidad deploraban los empresarios que cuidaban un mínimo su reputación. Pero incomprensiblemente, más tarde vendrán a sumarse a ella una gran cantidad de obreros de una superior cualificación, la mayor parte alienados y manipulados por las miserables promesas de los dirigentes de los partidos obreristas, promesas que alcanzaron una amplia difusión no sólo gracias a los mítines, sino también a que pudieron ser masivamente propagadas a través de los diarios, verdaderos panfletos ideológicos que previamente fueron comprados.

Hay, sin embargo, un nuevo factor que primero en las naciones latinas propició la irrupción de estas masas en la Historia. Este no es otro que el sistema educativo que apareció en Francia tras la Revolución, el cual privilegiaba la estúpida (y moderna) creencia de que la memoria no sólo ejercita, sino que desarrolla la inteligencia. Gustave Le Bon, el insigne precursor de la psicología social, criticó duramente esta clase de enseñanza:

"Desafortunadamente los pueblos latinos, especialmente durante los últimos veinticinco años, han basado sus sistemas de instrucción sobre principios muy equivocados y, a pesar de las observaciones de las mentes más eminentes tales como Breal, Fustel de Coulanges, Taine y muchos otros, persisten en sus lamentables errores. Yo mismo, en un trabajo publicado hace algún tiempo, demostré que el sistema de educación francés transforma a la mayoría de los que han pasado por él en enemigos de la sociedad y recluta numerosos discípulos para las peores formas de socialismo."

Más adelante, Le Bon explica que tales prejuicios en la enseñanza preparan a futuros desarraigados, quienes tras perder los valiosísimos años de su juventud en las aulas, terminan como un barco a la deriva sin mayor ilusión que la de participar en la agitación callejera:

"Si esta educación fuese meramente inútil, uno podría limitarse a expresar su compasión por los desgraciados niños que, en lugar de cursar estudios útiles en la escuela primaria, resultan instruidos en la genealogía de los hijos de Clotaire, los conflictos entre Neustria y Austrasia, o las clasificaciones zoológicas. Pero el sistema presenta un peligro por lejos mayor. Les otorga a quienes han sido sometidos a él un violento desagrado por la clase de vida en la que nacieron y un intenso deseo de escapar de ella. El trabajador ya no desea seguir siendo trabajador, ni el campesino continuar siendo campesino, mientras los más humildes miembros de la clase media no admiten ninguna carrera posible para sus hijos excepto la de funcionarios pagados por el Estado. En lugar de preparar hombres para la vida, las escuelas francesas solamente los preparan para ocupar funciones públicas en las cuales el éxito puede ser obtenido sin ninguna necesidad de auto-dirección o la más mínima chispa de iniciativa personal. En el fondo de la escala social, el sistema crea un ejércitos de proletarios descontentos con su suerte y siempre listos para la revuelta mientras que en la cúspide instituye una burguesía frívola, escéptica y crédula al mismo tiempo, que tiene una supersticiosa confianza en el Estado al cual considera como una especie de Divina Providencia pero sin olvidarse de exhibir hacia ella una incesante hostilidad, siempre poniendo las faltas propias ante la puerta del gobierno, e incapaz de la más mínima empresa sin la intervención de las autoridades."

Poco después sentencia con estas palabras:
"La instrucción dada a la juventud de un país permite conocer lo que ese país será algún día. La educación conferida a la generación actual justifica las previsiones más pesimistas. Es parcialmente por la instrucción y la educación que la mente de las masas resulta mejorada o deteriorada. En consecuencia, era necesario mostrar cómo esta mente ha sido modelada por el sistema de moda y cómo la masa de los indiferentes y los neutrales se ha convertido progresivamente en un ejército de los descontentos, listos a obedecer todas las sugestiones de los utopistas y los retóricos. Es en las aulas que los socialistas y los anarquistas pueden ser hallados hoy en día, es allí en dónde se está pavimentando el camino del período de decadencia que se aproxima para los pueblos latinos."

Parece que, después de todo, y muy lejos de la tan esperada emancipación, lo que nos ofrece la actual educación en Occidente es el más hiriente servilismo a los poderes que saben aprovechar al máximo los bajos instintos que gobiernan a la naturaleza humana.

jueves, 14 de mayo de 2009

SOBRE EL TOTALITARISMO DEMOCRÁTICO (parte III)



La Realidad, tal como la veo, es que los grandes medios de comunicación de masas –es decir, los que mueven la opinión de la mayoría de los votantes- están vendidos a una de las fuerzas políticas mayoritarias (…). La prensa no propaga, sino que crea la opinión libre, y lo que la prensa no cuenta no existe.”

MARTÍN LÓPEZ CORREDOIRA





En todas las épocas donde vence el espíritu democrático, el poder del dinero emerge con inusitada fuerza para apropiarse, como concepción del universo, del resto de formas intactas de la cultura. Todas las diferencias que conformaban las diferentes clases sociales quedan aniquiladas en cuanto se impone el “derecho de todos” a enriquecerse de la misma manera (es decir, de la forma más mezquina: siempre con el menor esfuerzo posible). De inmediato aparece la prensa –actualmente los modernos mass media- para moldear despóticamente el pensamiento de la mayoría. Pero cuanto más se demanda la “libertad de prensa” para los medios de comunicación y la “libertad de expresión” para la opinión pública, tanto más se constata su dependencia de los poderes que los apoyan financiera e ideológicamente.
Escuchemos a Spengler:

Si se entiende por democracia la forma que la tercera clase (la burguesía), como tal, desea imprimir a toda la vida pública, entonces hay que añadir que democracia y plutocracia significan lo mismo.”

Pronto se comprende, por tanto, lo ridículo que resulta la aparición de presuntos idealistas clamando al cielo por la falta de objetividad de la prensa, toda vez que si algún periódico llegara a emanciparse de todos y cada uno de los poderes plutocráticos actuales, sería automáticamente censurado por éstos en connivencia con los estamentos oficiales.

Oswald Spengler: ”Hay un elemento tragicómico en la desesperada lucha que los reformadores y maestros de la libertad dirigen contra el efecto del dinero, y es que ellos mismos sostienen esa lucha con dinero. Entre los ideales de la clase formada por los que no pertenecen a ninguna clase está no solamente el respeto al gran número — respeto que se expresa en los conceptos de igualdad, de derecho innato y también en el principio del sufragio universal —, sino también la libertad de la opinión pública, sobre todo la libertad de prensa. Estos son ideales. Pero en realidad, la libertad de la opinión pública requiere la elaboración de dicha opinión, y esto cuesta dinero; la libertad de la prensa requiere la posesión de la prensa, que es cuestión de dinero, y el sufragio universal requiere la propaganda electoral, que permanece en la dependencia de los deseos de quien la costea.”

Este hecho se hace especialmente patente durante las etapas históricas en las que los poderes financieros, luego de que el dinero abstracto se haya independizado de la economía real, lograron apropiarse de los Estados. Este es el caso de Europa en 1815, cuando la derrota de Napoleón en Waterloo propició que unas cuantas familias, que habían especulado mediante la propagación de falsos rumores sobre el resultado final de la batalla, multiplicasen fabulosamente su capital hasta controlar financieramente naciones enteras como Inglaterra o Francia. Desde entonces, sostiene
Spengler, “No hay movimiento proletario, ni siquiera comunista, que no actúe en interés del dinero y en la dirección marcada por el dinero y con la duración fijada por el dinero — sin que de ello se aperciban aquellos de los Jefes que son verdaderamente idealistas . El dinero piensa; el dinero dirige; tal es el estado de las culturas decadentes, desde que la gran ciudad se ha adueñado del resto del país.”
Sin duda, las apreciaciones de Spengler en torno a la naturaleza profunda de la democracia esconden un certerísimo análisis que a día de hoy sigue siendo una fuente de inspiración para muchos críticos del actual sistema. Lean sino el siguiente extracto y juzguen ustedes mismos:

la política europeo- americana ha creado por la prensa un campo de fuerza, con tensiones espirituales y monetarias, que se extiende sobre la tierra entera y en el que todo individuo está incluso, sin darse cuenta, de modo que ha de pensar, querer y obrar como tiene por conveniente cierta dominante personalidad en lejano punto del globo.(...) No se habla de hombre a hombre; la prensa, y con ella el servicio de noticias radiotelefónicas y telegráficas, mantienen la conciencia de pueblos y continentes enteros bajo el fuego graneado de frases, lemas, puntos de vista, escenas, sentimientos, y ello día por día, año por año, de modo que el individuo se convierte en mera función de una «realidad» espiritual enorme. El dinero hace su camino político, bien que no como metal que pasa de una mano a otra. No se transforma tampoco en juegos y en vino. Se transforma en energía y determina por su cuantía la intensidad de la propaganda.”

Aun más impactantes son sus observaciones, no sin una velada carga irónica, sobre la volubilidad de la opinión pública, así como de la pretendida “información imparcial” que continuamente se le suministra:

“¿Qué es la verdad? Para la masa, es la que a diario lee y oye. Ya puede un pobre tonto recluirse y reunir razones para establecer «la verdad»—seguirá siendo simplemente su verdad. La otra, la verdad pública del momento (…) es hoy un producto de la prensa. Lo que ésta quiere es la verdad. Sus jefes producen, transforman, truecan verdades. Tres meses de labor periodística, y todo el mundo ha reconocido la verdad. Sus fundamentos son irrefutables mientras haya dinero para repetirlos sin cesar.”

Asimismo, no dejan de inquietar las siguientes frases, en las que el filósofo alemán profetiza sin saberlo el tránsito de la prensa escrita a la radio y, posteriormente, la televisión:

"El dinamismo de la prensa quiere efectos permanentes. Ha de tener a los espíritus permanentemente bajo presión. Sus argumentos quedan refutados tan pronto como una potencia económica mayor tiene interés en los contra argumentos y los ofrece con más frecuencia a los oídos y a los ojos. En el instante mismo, la aguja magnética de la opinión pública se vuelve hacia el polo más fuerte. Todo el mundo se convence en seguida de la nueva verdad. Es como si de pronto se despertase de un error.”
Pero es en el siguiente párrafo donde Spengler nos ofrece una aterradora descripción del panorama político y mediático, incluyendo una metáfora donde se compara el poder de la prensa con una estructura fuertemente regimentada:

La lucha hoy gira alrededor de esas armas. En los ingenuos primeros tiempos, el poderío periodístico era menoscabado por la censura, que servía de arma defensiva a los representantes de la tradición. Entonces la burguesía puso el grito en el cielo, proclamando en peligro la libertad del espíritu. Hoy la masa sigue tranquilamente su camino; ha conquistado definitivamente esa libertad; pero entre bastidores se combaten invisibles los nuevos poderes, comprando la prensa. Sin que el lector lo note, cambia el periódico y, por tanto, el amo .
También aquí triunfa el dinero y obliga a su servicio a los espíritus libres. No hay domador de fieras que tenga mejor domesticada a su jauría. Cuando se le da suelta al pueblo—masa de lectores—precipitase por las calles, lánzase sobre el objetivo señalado, amenaza, ruge, rompe. Basta un gesto al estado mayor de la prensa para que todo se apacigüe y serene. La prensa es hoy un ejército, con armas distintas, cuidadosamente organizadas; los periodistas son los oficiales; los lectores son los soldados.”


Más adelante, Spengler vuelve a ironizar sobre el ideal de libertad dominante en su tiempo (y con mayor razón en el nuestro):

“Antaño no era licito pensar libremente; ahora es licito hacerlo, pero ya no puede hacerse. Piénsase tan sólo qué sea lo que debe quererse; y esto es lo que se llama hoy libertad.”

Y aun más sugerente resulta su percepción de la “libertad de prensa”, que encaja perfectamente con la visión de los contemporáneos detractores de la democracia liberal, los cuales acusan a este régimen de “nuevo totalitarismo”:

Otro aspecto de esta libertad es que, siéndole licito a todo el mundo decir lo que quiera, la prensa es también libre de tomarlo en cuenta y conocimiento o no. Puede la prensa condenar a muerte una «verdad»; bástale con no comunicarla al mundo. Es esta una formidable censura del silencio, tanto más poderosa cuanto que la masa servil de los lectores de periódicos no nota su existencia.”

Poco después añade:

En lugar de la hoguera aparece ahora el gran silencio. La dictadura de los Jefes de partido se apoya sobre la dictadura de la prensa. Por medio del dinero se pretende arrebatar a la esfera enemiga enjambres de lectores y pueblos enteros, para reducirlos al propio alimento intelectual. El lector se entera de lo que debe saber y una voluntad superior informa la imagen de su mundo. Ya no hace falta obligar a los súbditos al servicio de las armas, como hacían los príncipes de la época barroca. Ahora se fustigan sus espíritus con artículos, telegramas, ilustraciones (…)hasta que ellos mismos exigen las armas y obligan a sus jefes a una guerra a la que estos jefes querían ser obligados.”

Por último, y a modo de colofón, léanse estas palabras que quizá vaticinen las formas en las que se materializará la política occidental de un futuro próximo:

“El pensamiento, y con él la acción de la masa, queda sujeto bajo una presión de hierro. Por eso, y sólo por eso, se es lector y elector, esto es, dos veces esclavo. Mientras tanto los partidos se convierten en obedientes séquitos de unos pocos, sobre los cuales el cesarismo ya empieza a lanzar sus sombras.”